La necesaria bicefalia en el PP de Madrid

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Hubo una época en la que el PP de Madrid funcionaba sin necesidad de que alguien controlase todo, sin necesidad de mandar en todo y sobre todo, una época en la que no había «ismos».

Los “ismos” son incompatibles con las organizaciones que tienen como base la pluralidad, porque cuando hay un “ismo” todo se basa en lo que quiera la persona que lo representa. Lo vimos en el nazismo, en el fascismo, en el comunismo, incluso en el socialismo (entendido como a principios del siglo XX).

En el Partido Popular de Madrid nunca hubo “ismos” hasta que llegó Esperanza Aguirre, ella trajo la fatídica moda de aglutinar todo el poder en torno a una figura y a una personalidad. Por encima de las ideas, estaba “la jefa” y su aguirrismo. Todo funcionaba bien, el partido lo presidía Pío García Escudero, el Ayuntamiento lo gobernaba Álvarez del Manzano y la Comunidad estaba presidida por Alberto Ruiz-Gallardón. Cuando Manzano y Gallardón se enzarzaban, aparecía el partido (Pío) y ponía orden. Así se gestionaban las guerras en las sedes, entre concejales y diputados, afines a cada cual líder, pero siempre tutelados por la organización de la Regional, por la Secretaría General y en último término por el propio Pío. “Contrapesos” lo llaman en las democracias occidentales, y funcionan creedme que funcionan.

Pues todo marchaba medianamente bien hasta que Esperanza dijo “quien gobierne la Comunidad, debería ser Presidenta del partido, porque quien gestiona a los Alcaldes, puede gestionar a las sedes”. No fue así literal, pero casi. Y ahí empezó la leyenda de “la jefa”, un final de frase más útil que una navaja suiza, porque todo fue “lo dice la jefa”, “viene la jefa”, “eso lo aprueba la jefa”, “tu verás si quieres enfrentarte a la jefa”…

Y tuvimos una época de un liderazgo fuerte y sin contestación , una Jefa “solitaria, altanera y orgullosa” como dice Luis Miguel en su canción de La Bikina. Esperanza Aguirre era a ese papel, lo que las flores a la primavera, le quedaba muy natural, lo hacía bien. Era una dictadora, ella decidía si un Alcalde iba o venía, si un diputado entraba en gracia, incluso entraba en Nuevas Generaciones. La lideresa con la que florecieron cientos de lidercillos, que aspiraban a imitarla.

Y la mejor imitadora fue la que protagonizó el segundo “ismo”, Cristina Cifuentes, “la jefa” también, otra lideresa, otra dictadora con su cifuentismo. Cifuentes venía de crecer con ese modelo de liderazgo femenino, incontestable, arrollador, y quiso repetirlo. Pero “jefa” no había más que una, y a ella le quedó grande, muy grande, ese papel. Ella no era Esperanza.

Dos “ismos” terribles que destruyeron los principios, los valores, las ideas. Si es verdad que con Esperanza se cuidaba a las víctimas del terrorismo, se defendía la bandera, no se coqueteaba con la izquierda, ni con los animalistas, no se daba mucho cuartel a los abortistas y se respetaba la monarquía. La primera jefa era más de valores tradicionales que la segunda jefa. Porque las imitaciones son peores que los originales, la segunda jefa si se dejó llevar por la tentación de “ser guay”, de tener muchos “likes” y de contentar a todos.

Y ahora estamos aquí, las encuestas relegan al PP a tercera fuerza política en la ciudad de Madrid y a tercera empatados con los socialistas en la Comunidad. “No hay banquillo” dicen, como si los 60.000 afiliados que tiene el PP en Madrid fueran inútiles. ¿No hay banquillo con 60.000 personas, en serio?. Por favor, seamos serios, es el momento de los que NO HEMOS TENIDO UN CARGO Y NO HEMOS VIVIDO DEL PARTIDO, pero tenemos mucho que aportar.

Es el momento de la necesaria bicefalia en el PP de Madrid, porque no podemos volver al culto a la persona, aprendamos de los errores, sin rencores y sin miedos, vayamos a por todas pero con gente limpia, con personas que no lleven 20 años dictando los errores por los que hoy somos tercera fuerza política en la capital de España.

Un líder en el partido, un líder al ayuntamiento y otro a la comunidad, sea hombre o mujer, pero diferentes. Que haya contrapesos, que nadie dicte quien va o quien viene sin que haya una tutela. Que los comités de derechos y garantías sirvan para algo, al menos para algo útil. Que la persona que lidere el partido pueda decirle a quien lidera la comunidad que rectifique, que el programa no decía eso, o que desde el partido se haga la batalla de las ideas con otras fuerzas políticas, dejando a quien gobierne manos libres para gestionar a todos los madrileños.

Sin miedo, afrontemos este nuevo futuro.

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